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Panda Bear - Buoys











Puntaje: 13/20
Año: 2019
Sello: Domino

En pleno 2019, resulta un tanto inútil seguir preguntando por qué algunas revoluciones digitales como Instagram o Snapchat, por dar un par de ejemplos, representan el triunfo de la imagen en nuestro tiempo. Por un lado, la imagen, o más específicamente su registro, estuvo ahí desde hace más de un siglo, pero nunca tuvo la facilidad de circulación que posee ahora. Y por el otro, más importante aún, en realidad habría que preguntar por qué triunfó la imagen, qué hechizo ocultan esos entramados de píxeles que embelesan nuestras miradas y nos hacen perder la cabeza frente a una pantalla. Para dar una respuesta certera, existe una amplia bibliografía que se ha ocupado del tema, proyectos de investigación concebidos desde la sociología, la psicología y otras ramas avocadas al estudio del comportamiento humano. Hoy, sin embargo, toca darle un giro al asunto. Y es que hasta el momento, al menos, no se ha visto un solo caso de algún ser humano que, hastiado de la sobrecarga visual ofrecida por los nuevos medios digitales, haya decidido no ver más imágenes. Nadie, hasta donde se sabe, ha concluido que ya está bien, que ya vio lo suficiente y abandona las pantallas para siempre. Es como si necesitáramos que el flujo visual siga nutriendo el mundo de internet, como si tratáramos de colmar un vacío inabarcable. Una sensación parecida a la que deja escuchar la música de Panda Bear. Su obra, inagotable fuente de estímulos auditivos, parece una continua búsqueda de lo insólito, una búsqueda que, como nuestra necesidad por la imagen, es imposible satisfacer a plenitud.

La idea no es nueva. Acompaña la carrera de Panda Bear tanto como a la de su banda, Animal Collective, ícono de la psicodelia norteamericana de las últimas décadas. Sin embargo, Buoys es un acontecimiento importante. Puede que como novedad musical signifique poco (quien se haya familiarizado con la discografía del artista, se llevará una impresión curiosa: pese a que se trata de un álbum nuevo, la mayoría de sus canciones suenan como si ya las hubiéramos escuchado antes), pero corrobora la figura de Panda Bear como un explorador obsesivo de lo impensado, un incansable experimentador sonoro que no se rinde y sigue mezclando guitarras acústicas, percusiones electrónicas, samples, voces reverberadas y un sinfín de efectos que parecen sacados de alguna película de ciencia ficción. En "Dolphin", primer tema de Buoys, escuchamos todo eso en menos de cuatro minutos, con una propuesta que parece plantear una psicodelia cautelosa, con elementos salpicados que no sorprenden demasiado y se pierden rápido. Es un track suave, de intensidad plana, que deja poco en la memoria. Si algo destaca no es otra cosa que el trabajo vocal, algo que termina repitiéndose durante el resto del álbum.



En efecto, las canciones de Buoys suelen apostar por todo aquello que la voz de Panda Bear sea capaz de lograr. Una voz que se multiplica y gana volumen con facilidad (el eco y la reverberación son técnicas conocidas en el artista, progenitoras de sus más memorables trabajos), pero de autosuficiencia intermitente. Las creaciones más llamativas del álbum aparecen cuando las melodías vocales alcanzan dimensiones expresivas que atrapan la atención, contagiando de energía un trabajo instrumental que tiende a ser más bien tímido. "Cranked", por ejemplo, exhibe algunos de los momentos más atractivos en cuanto a interpretación vocal, mientras sus detalles agregan creatividad y frescura a la música. Aquí escuchamos el ineludible eco en la voz de Panda Bear, además de algunos efectos de sonido que se asemejan a un disparo de videojuego y hacen las veces de percusión. Todo ello engrandece el cuerpo sonoro, lo carga de vitalidad, y da forma a una canción inmersiva, que invita a sumergirse en ella. Es parecido lo que sucede en "Token", uno de los tracks con mayor variedad sonora y de desarrollo entretenido (hacia su último tramo, se repite, con una métrica repartida aleatoriamente, el verso "Want to tell you that I", haciéndonos recordar las motivaciones lúdicas que caracterizan la obra de Panda Bear); así como también en la rítmica "I Know I Don't Know", con un trabajo de percusión fragmentado y sucio, cercano al ruido.

Mientras el planteamiento de Panda Bear es claro en cuanto a la música, siempre con alguna guitarra, muchos compases de 3/4 y unos cuantos efectos que no terminan de mostrarse, sus versos prefieren mantenerse en la oscuridad. Los discursos de Buoys se ocultan tras un hermetismo difícil de trasgredir, optan por ser difusos y nunca dejan claro de qué están hablando. Es, sin duda, un movimiento calculado, que sin embargo produce resultados ambivalentes, a veces curiosamente lejanos. "Master" es un caso a tomar en cuenta, pues escuchamos al artista entonar una especie de declamación gratuita de buenos deseos y agradecimiento ("But I want to tell you / It is a victory for you / And I give this to you / Part of a thank you to you"), en una canción que echa a perder, casi siempre debido a su parsimonia, sus capacidades expresivas. El otro caso, aún más intrigante, es el de "Inner Monologue", una pieza inquietante, que no parece corresponder con el concepto del álbum. Con versos como "Run away / Don't run away / We ran away" o "I can't become one to one / I can't be one", Panda Bear nos canta acerca de su imposibilidad para ser una misma persona, algo así como un lamento acerca de las identidades múltiples que encierra un individuo, y todo en una balada introspectiva de aire melancólico, cuyos detalles (samples de sollozos y la irrupción de instrumentos de cuerda pueden desconcertarnos) la convierten en música embrujada por el desencanto. Música que, si bien puede dejar poco en el recuerdo, sigue siendo fiel a un innegable ímpetu de exploración sonora.

Panda Bear nunca se traiciona. La energía envolvente de sus armonías vocales y el encanto caleidoscópico de su creatividad siguen siendo sus armas más confiables. Buoys, su universo musical más reciente, propone un insistente derroche de estímulos auditivos. Estímulos que, por momentos, decepcionan por su tibieza, pero que también son capaces de crear atmósferas coloridas, juegos de ingenio y mucho movimiento. Su música se configura desde lo lúdico, desde una motivación en virtud del juego, de un ejercicio entretenido en busca de la innovación. Por fortuna, el ejercicio nunca termina, como si se alimentara de su insuficiencia para continuar existiendo, y por ello la obra de Panda Bear, así como el triunfo de la imagen en nuestro tiempo, tiene sentido gracias a ese vacío imposible de llenar. Es esa falta la que parece dictarle el mandato de seguir experimentando, el origen de toda idea y textura sonora elucubrada por su imaginación. Estímulos visuales o auditivos, hay algo en nosotros y en Panda Bear que no termina de saciarse, algo semejante a un agujero infinito.
Panda Bear - Buoys
Aspirante a periodista cultural y crítico musical wannabe. Lleva un tiempo intentando hacerse famoso en internet y hasta ahora nada.

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